jueves, noviembre 08, 2012

Hoy solía ser Nochevieja


Nuestra primera Nochevieja alternativa no fue nuestra, fue suya. Yo acababa de conocer a Hache y reunía suficiente información como para saber que ese día estaría en el Colonial con unos amigos, lo que me bastaba para ir allí, acodarme a la barra y esperar que ocurriera algún milagro. Los milagros están claramente infravalorados. De pronto entró ella con un montón de gente y el entusiasmo propio de los 21 años y las dos de la mañana. Por un momento, pensé que ya no llegaría y por un momento pensé que me daría igual, que lo importante era intentarlo. No era verdad: intentarlo solo era parte de un camino que no se entendería sin el "Un año más" de Mecano y la complicidad a la que me sentía lógicamente ajeno.

Cogí a la Chica Portada del hombro y le dije: "Tú acabarás tocando el piano para mí algún día", con una convicción absolutamente tauro. Ella me dijo que no, tauro también, pero acabó cediendo. Tardó cuatro años, de acuerdo, pero acabó cediendo.

Los recuerdos de aquel 8 de noviembre de 2005 -era Nochevieja porque necesitaban cambiar de año cuanto antes, tenían la prisa de los universitarios- me llevan al Honky y a los malentendidos gozosos. Cuando las cosas dejaron de tener sentido. Yo estaba escribiendo un libro y una protagonista. No tenía ni la más remota idea de que la protagonista era ella. En rigor, yo no la conocía de nada.


En 2006, la celebración fue en casa de la Chica Enigma. No sé si la Chica Enigma y yo éramos novios por entonces. Yo diría que sí, pero también diría que cuando acabó la fiesta nos fuimos todos a Arturo Soria y entonces me escondí detrás de una marquesina para que no me vieran y volví de incógnito a dormir con ella. Puede que me equivoque de día porque la Chica Enigma y yo nos pasamos quince meses dejándonos, volviendo y demasiado despreocupados a la hora de aclarar cuál era nuestro estatus en cada momento.

Sí sé que lo preparamos juntos: la compra monumental de comida, los vídeos de cuando ella era pequeña y cantaba villancicos, la grabación de unas campanadas de cualquier otro año, los platos colocados en la pared que ponían "Feliz Año Nuevo". Tengo a las fotos de ese año como las fotos en las que más guapos estuvimos nunca. Ahora seremos muchas otras cosas -algunas, decididamente, siguen siendo muy guapas-, pero esa sensación de plenitud de noviembre de 2006 no está. Ni en las fotos ni en ningún otro lado. Parecíamos una asquerosa canción de Sidonie.

La Chica Portada se quemó un dedo.



La tercera Nochevieja, la de 2007, fue en casa de Hache. Por entonces, Hache vivía con una compañera del trabajo y llevaba más de un año saliendo con otro compañero de trabajo. Tenían una casa con dos pisos en la calle de La Palma, antes de que yo mismo me mudara a Malasaña. Nos vestimos con trajes y corbatas y comimos ganchitos. Las campanadas fueron por YouTube, jugamos al tenis con globos... Yo no era feliz. No recuerdo por qué -disculpen mi memoria, en serio, disculpen- pero sí recuerdo que no era feliz y que las fotos lo prueban.

Probablemente aquella tristeza tuviera que ver con la muerte de mi abuela, con la mudanza a casa de mi madre, con el hecho de que la Chica Enigma estuviera en Barcelona rehaciendo su vida o con determinados intentos de suicidio. No lo sé. Hagan apuesta. Hache y yo nos hicimos unas camisetas que leían "Yo sobreviví a 2007". Con el tiempo, el 7 se ha caído pero me he negado a tirar la camiseta -la Chica Diploma lo llama "síndrome de Diógenes", yo no estoy tan seguro"- y ahora voy por ahí diciendo que yo sobreviví a 200, como si fuera un espídico portero del Madrid Arena o algo así.

Cuando acabamos, fuimos al Colonial a tomar algo. Habían pasado dos años, parecían dos siglos. Poco antes había cumplido 30 años y perdido otro trabajo.


2008 fue un buen año. No deberíamos haber acabado 2008 tan pronto porque 2009, como buen año impar, fue una mierda. Esta vez me tocó a mí ser el organizador en mi nueva casa de Churruca, una casa aún con paredes blancas, sin los cuadros que compré con mi  madre y con la Chica Selectiva. La casa del profesor de Escuela Oficial de Idiomas bohemio con media juventud aún por delante. Los meses anteriores a la enfermedad. Yo estaba gordo, pero los demás seguían guapos. Su persistencia en la belleza resultaba irritante. Creo que nos juntamos más que nunca en la casa más pequeña. Pusimos Mecano de nuevo y unas campanadas de Raffaella Carrà.

Todo el mundo traía su novio o su novia excepto los de siempre: la Chica Portada, la Chica Selectiva, Fer Cabezas y servidor. Servidor era muy de no llevar novias a los sitios o de esconderse tras marquesinas para que nadie se enterara. Servidor era un gilipollas. Compramos comida en la Casa de la Tortilla y en La Petisqueira. Por entonces, yo apenas conocía a Dani, a Carlos, a Nines, a Miguel... Por la mañana, a eso de las 10, nunca más tarde, bajaba para leer el Marca y desayunar un croissant, un zumo de naranja y un descafeinado de sobre. Cuando llegaron a conocer mis gustos, llegaron a conocerme a mí, que es el camino más corto entre un camarero y la psicología.



Llegamos a 2009, al quinto aniversario de la celebración imposible. Fue en casa de Fer y hubo algunos cambios: por ejemplo, la Chica Disney trajo por fin a su novio, mi hermano acudió por primera vez y la Chica Selectiva se trajo también a Pedro. Recuerdo aquello como un "quiero y no puedo". Estaba malo ya por entonces y tenía que orinar cada veinte minutos. Había mucha tensión en el ambiente, no sé por qué. La gente se peleaba o se lanzaba puyas de manera más o menos constante. La cosa se dividió en seguida entre los chicos, que intentaban hacer como si nada y pasárselo en grande y las chicas, con una cara de cierto agravio.

A mí todo eso me pilló en el cuarto de baño.

Como el Colonial quedaba lejos, fuimos a otro sitio, no sé cuál, pero sé que no me gustó y que me fui pronto, muy pronto, porque al día siguiente tenía que coger un tren a las 8 de la mañana para ir a Alcalá de Henares e incorporarme a la Escuela de San Fernando. Es imposible disfrutar cuando el madrugón acecha, o al menos a mí me es imposible. La Chica Portada y yo nos hicimos la foto de todos los años, pero yo salí horrible. Ella no volvió a salir. Un mes y medio después se fue a Nueva York para no volver.


Sin la Chica Portada de pegamento, todo se vino abajo. En 2010, la Chica Enigma estaba casada y Hache y yo no nos hablábamos. Todos estábamos a lo nuestro y a la vez a nada. No hubo ofrecimiento ni voluntad. Hicimos como si los últimos cinco años no hubieran existido, como si toda esa gente con la que compartimos tantas cosas no nos necesitaran y nosotros no les necesitáramos a ellos. Fue un enorme error. Un error que intentamos compensar al año siguiente, amago de convocatoria en mi casa que acabó con solo Rocío, Álida y yo en mi diminuto piso, hablando por Skype con Nueva York. No fue una gran fiesta pero nos sentimos de alguna manera orgullosos. Éramos los restos del naufragio.

Durante años mi abuelo llevó todas las tardes la bandera de su hermandad a la iglesia correspondiente. No me pidan muchos detalles porque me pierdo en liturgias católicas, pero la hermandad en cuestión con el paso de los años se había reducido a mi abuelo y algún veterano más y el caso es que el pobre iba solo a sus 90 años, bandera enrollada, a ofrecérsela a algún santo o alguna virgen. A mucha gente de mi familia aquello le parecía una locura, una nueva excentricidad, pero yo le creía entender. A mí me parecía algo precioso: su empeño, su negación de la realidad, su voluntad por encima de todo... Algo así éramos nosotros tres en Churruca y el Colonial, unas anécdotas en la historia pero nuestras anécdotas.

El problema es que Rocío se fue a El Cairo a vivir y todos los demás seguimos en nuestras burbujas. Yo ahora tengo 35 años y vivo con una chica maravillosa en una casa de Planetario. No celebramos Nocheviejas pero hacemos cenas para chuparse los dedos. Las hace ella, he de reconocer; yo, como mucho, organizo los canapés. Somos lo que siempre quisimos ser y eso nos deja poco tiempo para lo demás. Supongo que le está pasando a todo el mundo. Hoy no habrá Nochevieja, habrá mocos y quizá radio, pero no está claro ni siquiera lo segundo por culpa de lo primero. En fin, eso no quiere decir ni que lo haya olvidado todo ni que no los eche de menos. Los echo de menos a todos y a cada uno de ellos, incluidos a los escoltas. Y tengo muy claro que es probable que ellos no me necesiten, pero que yo siempre los he necesitado y que quizá no haya sido el tipo más hábil a la hora de explicárselo.